Ser completo: ser material y ser espiritual
Artículo redactado por Juan Miguel Fernández
George Mivart, el célebre naturalista inglés, analizando psicológicamente al hombre, aclara que él, EL HOMBRE, “difiere de los otros animales por las características de la abstracción, de la percepción intelectual, de la conciencia de sí mismo, de la reflexión, de la memoria racional, de su capacidad de juzgar, de la síntesis e inducción intelectual, del raciocinio, de la intuición, de las emociones y sentimientos superiores, del lenguaje racional y del verdadero poder de la voluntad”.
Las enciclopedias definen al hombre como un “animal racional, moral y social, mamífero, bípedo, bímano, capaz de un lenguaje articulado que ocupa el primer lugar en la escuela zoológica: ser humano…”
El momento más elocuente de su proceso evolutivo se dio cuando adquirió la conciencia para discernir el bien del mal, la verdad de la mentira.
Estudiado ampliamente a través de los siglos, Pitágoras afirmaba que él, el hombre, es la medida de todas las cosas. Sócrates y Platón establecieron que era el objeto más directo de la preocupación filosófica, siendo el resultado del ser o Espíritu inmortal y del no ser o su materia, que unidos le proporcionaban el proceso de la evolución.
Desde el punto de vista psicológico, la persona es un ser que se expresa en múltiples dimensiones, desde su contenido humanista, comportamentalista y existencial, a nuevos potenciales que estructuran al ser pleno.
La psicología occidental, difiriendo de la oriental, mantuvo el concepto de persona en los límites cuna-sepulcro con la estructuración transitoria, en cuanto la otra sustenta la idea de una realidad trascendente, a pesar de su inseparable expresión de la forma y relatividad corporal.
Los estudios transpersonales, incorporando las tesis orientales, consideran a la persona como un ser integral, cuyas dimensiones pueden expresarse en varias manifestaciones, tales como la consciencia, el comportamiento, la personalidad, la identificación, la individualidad, en un ser complejo de expresión trinitaria.
La persona, observada desde el punto de vista inmortal, es pre-existente al cuerpo y su origen se pierde en los milenios pasados del proceso evolutivo, para desarrollarse de acuerdo a una finalidad que se manifiesta en cada experiencia corporal, la reencarnación, como adquisición de nuevos conocimientos, facultades y funciones, que conducen al crecimiento y a la felicidad.
En el Espiritualismo idealista “el espíritu tiene la primacía en todo lo que se relaciona con el mundo y la vida humana”, en tanto que para el materialismo, “el espíritu no es más que una forma de actividad de la materia que en determinada fase de su evolución de las formas simples hacia otras más complejas, adquirió la conciencia”.
A través de los siglos la filosofía buscó demostrar que la persona es distinta del individuo y del ser psicofísico, que dio margen a consideraciones prolongadas por parte de los pensadores y de variadas escuelas, procurando ofrecer al hombre los caminos para ser feliz en continuas tentativas de interpretar la vida y entenderla. Mientras que los filósofos atomistas lo reducían al capricho de las partículas, las cuales al desarticularse, se aniquilaban a través del fenómeno de biológico de la muerte.
La filosofía espírita nos enseña que el hombre es un conjunto de elementos que se ajustan e inter-penetran en una misma estructura biológica. El cuerpo carnal y el cuerpo espiritual se originan en el mismo elemento primitivo, es decir, del fluido cósmico universal. Ambos son materia aunque en estados diferentes.
A través del “Libro de los Espíritus” sabemos que hay tres cosas que existen en el hombre:
1ª El cuerpo físico o ser material análogo a los animales y animado por el mismo principio vital. Es el envoltorio material que precisamos para desenvolvernos en este plano de existencia.
2ª El alma o ser inmaterial, espíritu encarnado en el cuerpo, ser eterno y preexistente que sobrevive al cuerpo físico después de la muerte.
3ª El lazo que une el alma al cuerpo somático, principio intermediario entre la materia y el espíritu, al que se denomina “periespíritu”, que es constituido de varios tipos de fluido, energía o de materia hiperfísica.
Recordemos que en el mismo instante de la fecundación en el óvulo, la primera célula llamada “cigoto” comienza su trabajo para ir construyendo el cuerpo físico y espiritual en función de sus necesidades reencarnatorias. Y lo hace a través de los genes y cromosomas que nos dan las características físicas necesarias para las lecciones, pruebas y expiaciones que tengamos destinadas en cada existencia.
O lo que es lo mismo, en cada reencarnación se preparará con nuestra colaboración, o sin ella, el organismo físico adecuado para la nueva tarea que hemos de emprender.
La envoltura física no solo vendrá equipada para las tareas a las que nos hemos comprometido en el mundo espiritual, sino que además, traerá consigo la posibilidad de que puedan producirse ciertos desequilibrios orgánicos como reparación de faltas e imprudencias cometidas anteriormente. Todo ello dependerá, por supuesto, de nuestro comportamiento y de nuestra capacidad de asumir los retos que se nos plantean.
Nuestro actual vehículo físico responde perfectamente a la situación de nuestro periespíritu después de la anterior reencarnación, cumpliéndose así la “ley de causa y efecto”.
Una vez que esta realidad ha aparecido ante nuestros ojos, debemos analizar y meditar seriamente, cuál es el comportamiento a seguir, que cosas debemos rápidamente cambiar, cual es el camino para mantener nuestra mente armónica e impedir que se produzcan alteraciones que nos van a afectar también físicamente.
Es de máxima importancia en el complejo humano el moderno “Modelo organizador biológico”, es decir el periespíritu, porque su función es la de personalizar, individualizar e identificar el espíritu, guardando la apariencia humana de su última encarnación. En él las experiencias de las múltiples reencarnaciones están archivadas, sufriendo con los tóxicos ingeridos por el hombre. Su plasticidad es afectada por los desgastes del alcohol, de las drogas, de la nicotina, de las tentativas de suicidio, etc., grabándole los disturbios patológicos tales como la esquizofrenia, la epilepsia, el cáncer, el mal de Hansen, entre otros, que en un momento propio favorecen la sintonía con microorganismos que desordenadamente se multiplican y abordan el campo orgánico.
¿Qué ocurre entonces…? En futuras reencarnaciones estas lesiones repercutirán como enfermedades patológicas, enseñando al hombre por el dolor la obligación de valorizar la vida y el respeto a Dios.
No debemos olvidar que el periespíritu es el conductor de la energía que establece la duración de la vida física, así como es el responsable por la memoria de las existencias pasadas que se archivan en las telas sutiles del inconsciente actual, proporcionando reflejos o recuerdos esporádicos de las experiencias ya vividas.
Saludable y optimista debe ser para que el amor sea la base fundamental en este momento de cultura, tecnología, ciencia y de desamor. La humanidad ha llegado a un punto en que la tecnología aliada a la ciencia ha logrado casi todo, pero el amor es aún, todavía, una aventura. Nunca hubo tanta gente en la Tierra, más de 7.000 millones de personas, con tantos millones de soledad. El hombre marcha a solas.
Es por ello, que si queremos purificar nuestra alma, debemos cuidar de nuestro vehículo físico para el aprendizaje en la “escuela terrestre” con buenos pensamientos y acciones. En consecuencia, cambiar la constitución de nuestro periespiritu, ya que como viajeros de la eternidad hoy estamos construyendo nuestro mañana.