Libre Albedrío y Determinismo
por Víctor Manuel Fernández Martín [1]
El pasado 31 de enero de 2020, el diario español “El País” publicó una entrevista[2] al neuro-científico español Juan Lerma en la que se le preguntaba sobre sus investigaciones del cerebro y las enfermedades neurodegenerativas. Al hilo de este artículo, me llamó mucho la atención una pregunta que le hicieron acerca del libre albedrío y a la que este científico respondió, y cito textualmente: “yo no soy filósofo, pero el libre albedrío no existe, es una falacia”.
Personalmente, me parece lamentable que, desde el mundo de la ciencia, se transmita a la población estas afirmaciones tan contundentes pues, sin darnos cuenta, corremos el riesgo de asimilar en nuestra forma de pensar y actuar que no somos libres y, me temo, de ahí al frío materialismo positivista hay un solo paso.
Permítanme, por tanto, con este artículo recordar una de las enseñanzas básicas que el espiritismo nos ofrece y de la que depende cuestiones tan serias como son nuestro propio progreso personal, nuestra responsabilidad y, sin falsos romanticismos, nuestra felicidad.
La cuestión del determinismo desde las ciencias positivas.
En realidad, el científico antes citado, Juan Lerma, se está haciendo eco de las investigaciones de un neurólogo americano, Benjamin Libet (1916-2007) basadas, en síntesis, en constatar que existe actividad cerebral ya unos instantes antes de que el sujeto observado tome la decisión de llevar a cabo una acción o un movimiento. Esto le llevó a dar por probado que nuestras decisiones no las toma el ser consciente, sino nuestro inconsciente. Así las cosas, y dado que la filosofía tradicional definía el “libre albedrío” como la creencia de que la persona tiene el poder de elegir libremente sus propias decisiones, Libet concluyó que el resultado de sus experimentos entraba en conflicto con dicha concepción de modo que, afirmaría, no tenemos libre albedrío.
A partir de estas investigaciones, numerosos investigadores han profundizado en las tesis de Libet llegando a conclusiones similares. Podemos citar, en este sentido, el artículo publicado el 31 de agosto de 2011 en la revista Nature[3], titulado Neuroscience vs philosophy: Taking aim at free will (Neurociencia frente a Filosofía: un reto al libre alberdrío), artículo que divulga ciertos experimentos que parecen concluir que el cerebro toma las decisiones antes de que el sujeto sea consciente. De nuevo, los experimentos analizaban el retardo que habría entre el nivel inconsciente y el consciente del cerebro para acabar concluyendo que es el nivel inconsciente el que toma la decisión.
¿Podemos oponernos a las conclusiones de los experimentos “tipo Libet”?
Sin duda. Y debo decir que son abundantes los trabajos que han formulado objeciones a este tipo de experimentos. Permítanme citar, en concreto, los trabajos de José Manuel Muñoz Ortega, doctor en Filosofía y licenciado en Biología, quien imparte en la actualidad el curso de formación permanente “Neurociencia y libre albedrío” en la UNED. También me ha parecido muy apropiado el artículo de Francisco T. Baciero Ruiz, profesor de la Universidad de Salamanca, titulado “algunas reflexiones sobre los experimentos tipo Libet y las bases del determinismo neurológico”, publicado en Thémata, revista de Filosofía[4].
Las críticas que se hacen a estos experimentos son de tres tipos. En primer lugar, desde una índole estrictamente científica, algunos especialistas hablan de que las condiciones de tales experimentos no son las adecuadas para obtener unas conclusiones fiables puesto que, ante cualquier investigación, nuestro cerebro puede activarse con carácter previo a lo que se quiere medir lo cual distorsionaría el resultado. Mal comparado, sería similar al “efecto bata blanca” que hace que nuestra tensión arterial aumente en presencia de un médico o enfermero.
En segundo lugar, reducir el “libre albedrío” a una decisión que toma mi “yo consciente” es un reduccionismo puesto que mi “yo” es también mi parte inconsciente e, incluso, mi subconsciente.
Por último, negar el “libre albedrío” ante la duda de que las decisiones no se tomen a nivel consciente, me parece salto ontológico que supone extrapolar un ejercicio puntual de control de pensamiento a uno de los conceptos más controvertidos de todos los tiempos. En pleno siglo XXI y con tantos “hechos que prueban”, si lo que queremos es obtener un conocimiento de la realidad en su totalidad, ¿podemos separar ciencia, filosofía y religión?
Esos tres aspectos…
No es casualidad que el espiritismo irrumpiera en el mundo en pleno auge del positivismo cientifista. Y es que, frente a otras vías estrictamente fideístas, el espiritismo puede debatir “cara a cara” con cualquier científico, filósofo o teólogo por contar precisamente con un triple aspecto: filosófico, científico y moral.
Por supuesto, que por espiritismo no me estoy refiriendo a la concepción que, por desgracia, aún predomina en la sociedad, de un gabinete en el que una mujer o un hombre recibe a sus clientes (sic) con una mesa-camilla, una bola de cristal y un lector de tarjetas de crédito. No. Por espiritismo me refiero a todo un sistema filosófico, científico y moral que, despertado en el siglo XIX, fue codificado por el pedagogo francés Allan Kardec en cinco libros fundamentales y ha llegado hasta nuestros días gracias a muchas personas serias, algunos profesionales de reconocido prestigio, que discretamente lo practican, no para conocer el futuro, sino para el progreso moral propio y de la humanidad.
El Espiritismo es ciencia que trata sobre el origen y el destino de los espíritus y las relaciones que pueden establecer con nosotros haciendo uso del método científico. El espiritismo es filosofía, puesreflexiona sobre estas relaciones, resultado de las comunicaciones mediúmnicas, que se constituyen en hechos demostrados. Filosofía que, además, ahonda en las profundas cuestiones de dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde vamos. Y –añadimos– todo eso, no para recrearnos o maravillarnos frente al fenómeno, sino con un propósito que no es otro que el de, siendo conscientes de nuestra dimensión espiritual, ello repercuta en un progreso propio –ser mejores personas– y, en consecuencia, redunde en una mejora de la sociedad. Esta es la dimensión moral del espiritismo y lo que lo diferencia esencialmente de grupos dedicados a la investigación parapsicológica o “caza-fantasmas”.
¿Qué dice el espiritismo sobre el libre albedrío?
La alta espiritualidad es clara y tajante y ya en el ítem 843 de El Libro de los Espíritus, ante la pregunta “El hombre, ¿tiene libre albedrío de sus actos?” responden “Dado que tiene libertad de pensar, tiene la de obrar. Sin libre albedrío, el hombre sería una máquina.”[5]
Analicemos esta respuesta. Los espíritus reconocen que tenemos libertad de pensar y de ahí se deriva una libertad de obrar. No tocan el tema de condicionantes que tengamos o nuestra propia falta de voluntad, que luego desarrollarán. Es una línea general: tenemos libertad de obrar porque tenemos libertad de pensar.
En realidad, el Libro de los Espíritus reserva todo un capítulo a profundizar en la cuestión de la libertad y en las dificultades que, no lo ocultan, se le puede plantear al ser humano en su camino hacia la libertad. Ahora bien, ¿qué es eso que llamamos “libertad”?
Generalmente, en la sociedad, se asume que somos libres cuando tenemos capacidad de elegir. Y la vida se nos presenta como una sucesión de opciones que nos pueden dar una apariencia –y digo apariencia– de libertad. Pero, ¿podemos reducir la libertad a una mera actitud de elegir? Pensemos en, por ejemplo, un joven que en una discoteca opta –decide– tomarse una pastilla de “éxtasis”, “spice” o cualquier otra droga de diseño, ¿está siendo realmente libre? Si redujéramos la definición de libertad a una mera capacidad de elegir, diríamos que sí; pero si tenemos en cuenta las consecuencias que en su propia vida, y en la vida de los que le rodean, tiene tal acción, difícilmente podríamos llamar a eso “libertad”.
Y es aquí donde querría lanzar una primera hipótesis: para mí la verdadera libertad no consiste sólo en elegir sino en elegir lo que moralmente es bueno. Y por moral me remito a lo que está en conformidad con la Ley Natural o Ley de Dios. Libertad es elegir lo que es bueno, de lo contrario sólo tendremos una apariencia de libertad que, en realidad, no nos hace libres, sino esclavos del sistema, de las estructuras, de los intereses económicos o de personas deshonestas que sólo buscan un ánimo de lucro por encima de la salud pública o nuestro propio progreso.
En este sentido, la primera constatación que hacemos es que el Libro de los Espíritus no reduce la libertad a una mera cuestión de elección ni tampoco considera la libertad como algo absoluto. Así, en el ítem 825 se les pregunta a los espíritus “¿Hay en el mundo posiciones en que el hombre pueda jactarse de disfrutar de una libertad absoluta?” Y responden “No, porque todos vosotros os necesitáis mutuamente, tanto los pequeños como los grandes”. Esta respuesta nos hace reflexionar que, para la alta espiritualidad, el ser humano no es un verso suelto y que esa hipotética libertad, al margen de nuestros iguales, no nos lleva a ningún lado. Sólo en sociedad –y en comunidad– esos versos formarán poesías.
Esta afirmación, por cierto, está en la línea de las enseñanzas de los más altos espíritus que han encarnado en la Tierra. Confucio diría “la virtud no habita en soledad, debe tener vecinos”. Buda afirmó “Si no somos capaces de cuidar de los demás cuando necesitan ayuda, ¿quién cuidará de nosotros?” y el maestro Jesús nos transmitiría: “Ama al prójimo como a ti mismo”.
¿Es todo tan sencillo?
Ciertamente no. Nuestra vida en la Tierra –este planeta de expiación y pruebas– está condicionada por múltiples factores culturales, genéticos, educativos, sociales, etc. que, muchas veces, nos llevan a dudar de que realmente exista el libre albedrío. Pero ¡atención! “condicionamiento” no es lo mismo que “determinismo”. Estamos condicionados por todos esos factores y, probablemente, los hayamos elegido nosotros mismos antes de reencarnar para progresar o expiar errores ¡y horrores! que hayamos cometido en el pasado[6]. La enseñanza de la espiritualidad lo que hace es esperanzadora, animante: a pesar de los pesares ¡somos libres!
Notas:
[1] Víctor M. Fernández, miembro de la Asociación de Estudios Espíritas de Madrid, es Economista (Universidad de Valladolid, 1993) y Postgrado en Historia y Filosofía de las Religiones (UNED 2019).
[2] Daniel Mediavilla, “El cerebro tiene enfermedades que afectan al alma, te destruyen como individuo”. El País online [consulta: 31 agosto 2020]. Disponible en: https://elpais.com/elpais/2020/01/30/ciencia/1580340536_340428.html
[3] Kerri Smith, “Neuroscience vs philosophy: Taking aim at free will”. Revista Nature [consulta: 31 agosto 2020]. Disponible en: https://www.nature.com/articles/477023a
[4] BACIERO RUIZ, Francisco T.,2010. “Algunas reflexiones sobre los experimentos “tipo Libet” y las bases del determinismo neurológico. En: Thémata, Revista de Filosofía. no. 46 (2010, 2º semestre), pp. 259-269. [consulta: 31 agosto 2020]. Disponible en https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=2ahUKEwj8sZeZ4_vnAhXUdXAKHY-4DeYQFjAAegQIAhAB&url=https%3A%2F%2Frevistascientificas.us.es%2Findex.php%2Fthemata%2Farticle%2Fdownload%2F399%2F365&usg=AOvVaw2rSWPxo7uNKX1BOqWDS3UG
[5] En este sentido, no puedo por menos que recomendar el excelente libro de Victor Frankl, “El hombre en busca de sentido” donde nos narra los horrores de un prisionero de un campo de concentración pero que, en cierto momento, descubre que, en realidad, es libre puesto que nadie puede coartarle su pensamiento hasta el punto de poder perdonar a sus captores.
[6] Véase, por ejemplo, en el ejemplar de marzo de la Revista Espírita de 1858, el artículo titulado “la fatalidad y el presentimiento, instrucciones dadas por el espíritu de san Luis.