¿Para cuándo?
Tan sólo hace unos días escuchamos una historia veraz que deseamos relatar, ya que nos era muy peculiar, por la reiteración a la que se presta el comportamiento de muchos llamados a sí mismos “espiritistas”, a lo largo de sus vidas.
Nos referían cómo el personaje de esta narración, al que llamaremos Alberto, fue aplazando, a pesar de la buena intención, su incorporación a las tareas que la Doctrina Espírita ofrece a todos aquellos que desean participar en su divulgación.
Él se había entusiasmado con el “descubrimiento” y deseaba hacer todo lo posible para hacerla llegar a sus familiares y amigos, con el fin de que experimentasen la paz interior que a él le había proporcionado.Ya en tiempos de su madurez, Alberto, argumentaba que se encontraba absorbido por el trabajo. En su empresa precisaban de gente dedicada por entero a su profesión y gracias a su esfuerzo tenía muchas posibilidades de ascender de categoría dentro de la entidad.
Efectivamente, después de unos años, en los cuales había postergado su esperado apoyo al Centro Espírita por el que simpatizaba en su ciudad, fue ascendido a gerente.
Transcurrió el tiempo y la atención a la empresa, debido a su cargo, le ocupaba prácticamente todas las horas del día.
De tarde en tarde visitaba las reuniones espiritistas y prometía que en fecha próxima, cuando se jubilase, sería el momento más adecuado para participar. Y llegó la jubilación anticipada tal como se esperaba. En su empresa querían personal joven, aires nuevos, y él ya llevaba muchos años en ella.
¡Que felicidad! Felicidad por que ahora podría por fin disfrutar de la vida a la que no había tenido acceso por su agotador trabajo. Había pasado por ella sin haber saboreado las cosas bellas del espíritu. Sería este el momento, aún tenía ilusiones, ganas de vivir…
Y en las cosas bellas de la vida surgió, con todo el cariño, la dedicación a sus nietos, fieles reflejos de sus hijos, de cuya compañía y amor apenas había podido gozar.
Un día llegó la noticia, Alberto había cumplido su tiempo, aquí, en la Tierra. Había desencarnado y nunca se incorporó a la tarea espiritual.
Pasaron los meses y un buen día fue invocado Alberto en la reunión mediumnica del Centro Espírita, y Alberto, gracias a Plano Superior, se manifestó.
Ahora se encontraba ligado a su familia física y cuidaba de ella.
Inconscientemente, y a pesar del conocimiento que se suponía debía tener, estaba retrasando así su evolución hacia esferas más elevadas, alejadas de este material mundo. A través del diálogo se le hizo ver la necesidad de comenzar ya a realizar algo positivo para su Espíritu. Fue laborioso hacerle comprender, por su insistencia el perjuicio que el mismo se estaba creando.
Gracias a la ayuda de sus compañeros espiritistas, Alberto comprendió que no debía permanecer más junto a su familia y emprendió por fin el camino hacia su nueva vida.
No deseamos reprochar a Alberto su comportamiento, puesto que hemos de respetar el “libre albedrío” que Dios concede a todos sus hijos. Tan sólo pretendemos despertar las mentes dormidas de aquellos que todavía no vivieron la realidad de su Espíritu y con ello se retrasan, aquí y allá, en el camino evolutivo hacia el Padre.
Juan Miguel Fernández Muñoz