Invitación a la oración
Los últimos adelantos científicos comprueban de una manera clara y patente el poder del pensamiento.
Los rayos N nos manifiestan con una irradiación que es más potente cuando la voluntad se ejerce, de otra parte, se ha comprobado científicamente que el cuerpo humano está más saturado de oxígeno cuando su espíritu rebosa de satisfacciones morales, mientras que, cuando le influyen malos pensamientos ocurre que estos hacen que el cuerpo se sature de carbono, ocasionándole un malestar indecible.
Todo aquel que haya orado de verdad conoce el consuelo y bienestar que se adquiere con la oración.
Sabemos que el objetivo de la oración y de su evocación es el elevar el alma a Dios. La diversidad de de las fórmulas no debe establecer ninguna diferencia pues Dios las acepta cuando son sinceras.
Toda oración elevada es manantial de magnetismo creador vivificante. Y toda criatura que la cultiva, con el debido equilibrio del sentimiento, se transforma gradualmente en foco irradiante de energías de la Divinidad.
Cuando Jesús dijo: ” (…) todo lo que pidiéreis con fé, en oración, vosotros lo recibiréis” (Mateo, 21 – 22), nos reveló que el acto de orar es algo mucho más profundo de lo que se puede observar a primera vista.
El conocimiento de la Doctrina Espírita, a través de su estudio, nos hace comprender también que, además de la importancia del cultivo de la oración, debemos aprender a orar y entender las respuestas de lo alto a nuestras súplicas.
El Espiritismo reconoce como buenas las oraciones de todos los cultos cuando son dichas con el corazón y no de labios solamente. Es cuando se transforman en vibración, energía y poder.
Creer que Dios sólo escucha una fórmula, centrada en una religión, es atribuirle la pequeñez y las pasiones de la humanidad. Dios es demasiado grande para rechazar la voz que le implora o que canta sus alabanzas.
Recordemos que la condición esencial de la oración, según San Pablo, es que sea inteligible, a fin de que pueda hablar a nuestro Espíritu. Hay que realizar las oraciones con destino al corazón. No se desean palabras en lengua extraña, o con superabundancia de expresiones que no dicen nada. La oración debe ser clara, sencilla, concisa, sin frases inútiles y pomposas. Cada palabra debe tener su propósito, debe hacer reflexionar, así alcanzara su finalidad.
Porque, cuando el hombre ora, su mente actúa sobre el fluido cósmico universal, estableciendo una corriente fluídica que transmite el pensamiento a quien nos dirigimos, asimilando fuerzas regenerativas en favor de si mismo, o de la persona por quien la hacemos.
Todos nosotros podemos encaminar las más variadas oraciones hacia Dios, en cualquier parte y tiempo, necesitando cultivar la paciencia y la humildad para esperar y comprender sus respuestas.
Juan Miguel Fernández Muñoz