La Apatía.
Si una actitud violenta, precipitada, puede llevarnos a desastres de consecuencias lamentables, la apatía es siempre una causa de trastorno y atraso en la máquina del progreso evolutivo.
La apatía, nos dice el Espíritu de Juana de Angelis, en todo momento tiene su origen en el programa cármico del espíritu que se encuentra en prueba. Es la consecuencia de graves aflicciones y errores del pasado que no fueron corregidos por el Espíritu y que emergen de lo íntimo del alma, como una expresión deprimente, entorpecedora.
El apático es aquel que pierde la batalla antes de enfrentarse a ella… Se encuentra en un proceso de evolución con el objetivo de vencer aquellas imposiciones dolorosas que le corresponden, debiendo dedicar grandes esfuerzos para superarlas.
Es en los estados apáticos donde se inician los procesos de auto-obsesión, así como de la obediencia obsesiva a Espíritus inconsecuentes, que se complacen en utilizar psíquica, emocional y orgánicamente a los que se convierten en sus víctimas espontáneamente.
En el estado débil en que se encuentra y en el cual deja paralizar sus fuerzas, aprisionado por las redes de la indolencia, debe luchar para romper todos los vínculos y reorganizarse, iniciando así el esfuerzo preciso, al principio mentalmente, para más tarde regresar en acciones a la problemática que debe someterse penetrando en el compromiso rehabilitador.
En la lucha competitiva de la vida terrestre, no hay lugar para el apático. Debe reaccionar vigorosamente contra la desidia, el desinterés.
Aquél que padece la opresión de la apatía, se adapta fácilmente a la situación creada, a pesar de ser lamentable, constituyendo para él una forma de bienestar que lo lleva a la pereza y al desequilibrio.
El hombre transita por los caminos que elige y en los cuales se siente a gusto.
Pero la vida es acción. La acción es movimiento. Y el movimiento debe ser emprendido para el bien y el progreso, de cuyo esfuerzo resultan las conquistas que nos impulsan hacía la felicidad.
Debe eliminar de su vocabulario las frases pesimistas habituales, renovándolas por otras equivalentes que sean ideales.
No diga: “no puedo”, “no soporto”, “desisto”. Haga un cambio en su paisaje mental, sustituyendo estas frases por otras: “cuando quiero, todo lo puedo”, “soporto todo cuanto es para mi bien”, y “proseguiré al precio del sacrificio, si es necesario, para alcanzar la victoria que persigo”.
Orar y vencer al adversario sutil que busca alojamiento, valiéndose de justificaciones falsas, es nuestro deber.
La ley del trabajo es un impositivo digno de las leyes naturales que promueven el progreso y fomentan la vida.
“Ayúdate y el cielo te ayudará” nos informa el Evangelio, invitándonos a la lucha contra la apatía y sus secuaces, que se identifican como desencanto, depresión, cansancio y falta de ilusión por el vivir.
Juan Miguel Fernández Muñoz
Gracias! Muy interesante en estos momentos