Demasiado tarde.
La ciencia interpreta tan solo como real todo aquello que puede comprobarse y mediarse a través de los instrumentos científicos, ignorando la existencia del “Mundo Invisible” en el que nos encontramos inmersos, constatado por los fenómenos mediúmnicos según nos revela el estudio de la Filosofía Espírita.
El mérito de Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, nacido en Fraiberg el 06 de mayo de 1856, de origen judío, recordemos, fue demonstrar que el mundo mental de los hechos inconscientes o más brevemente, el inconsciente era de una riqueza incomparable y estaba gobernado por unas leyes de organización distintas a aquellas que reinan en el campo de lo consciente.
Freud y el psicoanálisis demostraron que esta parte desconocida de nosotros mismos (nuestro inconsciente) es mucho más rica e importante que nuestro consciente; los dominios del sueño – y, en el límite, los de la alucinación y el delirio – se extienden por el lado de allá de la realidad cotidiana.
El Cap. XIII (Emancipación del Alma) de “El Libro de los Espíritus” nos instruye dándonos un mejor conocimiento de la situación de nuestro espíritu durante el descanso del cuerpo físico.
Volvamos a Freud. En 1873 había terminado sus estudios consiguiendo en su examen final “Summa Cum Laude”.
Más tarde, en 1881, se gradúa en la Universidad de Viena, donde posteriormente en 1882, conoce a su futura esposa, Marta Bernays, con la que contrae matrimonio en 1886.
Su vida estuvo dedicada básicamente al psicoanálisis, y su obra tuvo en Gran Bretaña un eco profundo y duradero, surgiendo siempre en los temas de “moda” de las reuniones sociales entre los años 1910 a 1925.
De 1925 a 1930, época, por otra parte, en que los surrealistas franceses utilizan los descubrimientos de Freud, a su manera, para justificar su teoría de la escritura automática, explicada y desarrollada en el Cap. XIII (Psicografía) de “El Libro de los Médiumns”, se impone su investigación sobre el inconsciente de tal manera, que llega inclusive a influir en la literatura alemana e inglesa.
Nos dice Freud en sus ensayos, que el psiquismo humano descansa sobre un inmenso campo inconsciente dinámico efectivo, y que la reacción consciente es siempre un compromiso entre ese inconsciente y las instancias del super-yo.
Sin embargo, debemos matizar según se desprende del profundo estudio de la Doctrina Espiritista aporta, que todas aquellas conductas son debidas a la actuación inteligente del espíritu. En 1924 Freud había dirigido una carta a Ernest Jones, figura central del movimiento psicoanalítico en Inglaterra, en la que decía: “Estoy dispuesto a abandonar mi posición a la idea de la existencia de transmisión del pensamiento”. Pocos años antes, Freud, invitado a adherirse al Instituto Americano para la Investigación Psíquica, había respondido: “De haberme hallado en los inicios de mi carrera profesional y no proster etapa, cual es ahora el caso, probablemente me habría inclinado hacía la Parapsicología como área de estudio pese a lo problemático de su naturaleza”.
Preguntado en 1936 acerca de los fenómenos paranormales Sigmun Freud afirmó “La transmisión del pensamiento, la posibilidad de percibir el pasado o el futuro, no pueden deberse a una casualidad”. A renglón seguido e insinuándosele una sonrisa en los labios, agregó: “Hay quienes creen que me he convertido en un anciano chocho y crédulo. No creo que éste sea el caso. Lo que sucede es que a lo largo de la vida he aprendido a aceptar hechos nuevos humildemente, con espontaneidad”.
La Parapsicología comprueba científicamente los fenómenos paranormales terminando ahí su investigación, dejándonos en la incógnita, del origen y procedencia de ellos.
El Espiritismo expone de una forma sencilla y razonada, sin dogmatismos, el proceder del ser; despejando así las incógnitas que durante tanto tiempo estuvieron en el silencio de lo desconocido.
Los Espíritus ya dijeron que Freud debió abrir la puerta del subconsciente para penetrar en el Mundo Espiritual. Freud no supo cumplir su misión, porque empezó a admitir esta posibilidad demasiado tarde.
Murió en Londres el 23 de septiembre de 1939.
Juan Miguel Fernández Muñoz