Ser Completo: Ser Material y Ser Espiritual
George Mivart, el célebre naturalista inglés,
analizando psicológicamente al hombre, aclara que él, EL HOMBRE,
“difiere de los otros animales por las características de la
abstracción, de la percepción intelectual, de la conciencia de sí mismo,
de la reflexión, de la memoria racional, de su capacidad de juzgar, de
la síntesis e inducción intelectual, del raciocinio, de la intuición, de
las emociones y sentimientos superiores, del lenguaje racional y del
verdadero poder de la voluntad”
Las enciclopedias definen al hombre como un “animal racional, moral y
social, mamífero, bípedo, bimano, capaz de un lenguaje articulado que
ocupa el primer lugar en la escuela zoológica: ser humano. . .”
El momento más elocuente de su proceso evolutivo se dio cuando adquirió
la conciencia para discernir el bien del mal, la verdad de la mentira.
Estudiado ampliamente a través de los siglos, Pitágoras afirmaba que él, el hombre, es la medida de todas las cosas. Sócrates y Platón establecieron que era el
objeto más directo de la preocupación filosófica, siendo el resultado
del ser o Espíritu inmortal y del no ser o su materia, que unidos le
proporcionaban el proceso de la evolución.
Desde el punta de vista psicológico, la persona es un ser que se expresa
en múltiples dimensiones, desde su contenido humanista,
comportamentalista y existencial, a nuevos potenciales que estructuran
al ser pleno.
La psicología occidental, difiriendo de la oriental, mantuvo el concepto
de persona en los límites cuna-sepulcro con la estructuración
transitoria, en cuanto la otra sustenta la idea de una realidad
trascendente, a pesar de su inseparable expresión de la forma y
relatividad corporal.
Los estudios transpersonales, incorporando las tesis orientales,
consideran a la persona como un ser integral, cuyas dimensiones pueden
expresarse en varias manifestaciones, tales como la consciencia, el
comportamiento, la personalidad, la identificación, la individualidad,
en un ser complejo de expresión trinitaria.
La persona, observada desde el punto de vista inmortal, es pre-existente
al cuerpo y su origen se pierde en los milenios pasados del proceso
evolutivo, para desarrollarse de acuerdo a una finalidad que se
manifiesta en cada experiencia corporal, la reencarnación, como
adquisición de nuevos conocimientos, facultades y funciones, que
conducen al crecimiento y a la felicidad.
En el Espiritualismo idealista “el espíritu tiene la primacía en todo lo
que se relaciona con el mundo y la vida humana”, en tanto que para el
materialismo, “el espíritu no es más que una forma de actividad de la
materia que en determinada fase de su evolución de las formas simples
hacia otras más complejas, adquirió la conciencia”.
A través de los siglos la filosofía buscó demostrar que la persona es
distinta del individuo y del ser psicofísico, que dio margen a
consideraciones prolongadas por parte de los pensadores y de variadas
escuelas, procurando ofrecer al hombre los caminos para ser feliz en
continuas tentativas de interpretar la vida y entenderla. Mientras que
los filósofos atomistas lo reducían al capricho de las partículas, las
cuales al desarticularse, se aniquilaban a través del fenómeno de
biológico de la muerte.
La filosofía espírita nos enseña que el hombre es un conjunto de
elementos que se ajustan e ínter-penetran en una misma estructura
biológica. El cuerpo carnal y el cuerpo espiritual se originan en el
mismo elemento primitivo, es decir, del fluido cósmico universal. Ambos
son materia aunque en estados diferentes.
A través del “Libro de las Espíritus” sabemos que hay tres cosas que existen en el hombre:
1a) El cuerpo físico o ser material análogo a los animales y animado por
el mismo principio vital. Es el envoltorio material que precisamos para
desenvolvemos en este plano de existencia.
2a) El alma o ser inmaterial, espíritu encamado en el cuerpo, ser eterno
y preexistente que sobrevive al cuerpo físico después de la muerte.
3a) El lazo que une el alma al cuerpo somático, principio intermediario
entre la materia y el espíritu, al que se denomina “periespíritu”, que
es constituido de varios tipos de fluido, energía o de materia
hiperfísica.
Recordemos que en el mismo instante de la fecundación en el óvulo, la
primera célula llamada “cigoto” comienza su trabajo para ir construyendo
el cuerpo físico y espiritual en función de sus necesidades
reencarnatorias. Y lo hace a través de los genes y cromosomas que nos
dan las características físicas necesarias para las lecciones, pruebas y
expiaciones que tengamos destinadas en cada existencia.
O lo que es lo mismo, en cada reencarnación se preparará con nuestra
colaboración, o sin ella, el organismo físico adecuado para la nueva
tarea que hemos de emprender.
La envoltura física no solo vendrá equipada para las tareas a las que
nos hemos comprometido en el mundo espiritual, sino que además, traerá
consigo la posibilidad de que puedan producirse ciertos desequilibrios
orgánicos como reparación de faltas e imprudencias cometidas
anteriormente. Todo ello dependerá, por supuesto, de nuestro
comportamiento y de nuestra capacidad de asumir los retos que se nos
plantean.
Nuestro actual vehículo físico responde perfectamente a la situación de
nuestro periespíritu después de la anterior reencarnación, cumpliéndose
así la “ley de causa y efecto”.
Una vez que esta realidad ha aparecido ante nuestros ojos, debemos
analizar y meditar seriamente, cuál es el comportamiento a seguir, que
cosas debemos rápidamente cambiar, cual es el camino para mantener
nuestra mente armónica e impedir que se produzcan alteraciones que nos
van a afectar también físicamente.
Es de máxima importancia en el complejo humano el moderno “Modelo
organizador biológico”, es decir el periespíritu, porque su función es
la de personalizar, individualizar e identificar el espíritu, guardando
la apariencia humana de su última encamación. En él las experiencias de
las múltiples reencarnaciones están archivadas, sufriendo con los
tóxicos ingeridos por el hombre. Su plasticidad es afectada por los
desgastes del alcohol, de las drogas, de la nicotina, de las tentativas
de suicidio, etc., grabándole los disturbios patológicos tales como la
esquizofrenia, la epilepsia, el cáncer, el mal de Hansen, entre otros,
que en un momento propio favorecen la sintonía con microorganismos que
desordenadamente se multiplican y abordan el campo orgánico.
¿Qué ocurre entonces. . .? En futuras reencarnaciones estas lesiones
repercutirán como enfermedades patológicas, enseñando al hombre por el
dolor la obligación de valorizar la vida y el respeto a Dios.
No debemos olvidar que el periespíritu es el conductor de la energía que
establece la duración de la vida física, así como es el responsable por
la memoria de las existencias pasadas que se archivan en las telas
sutiles del inconsciente actual, proporcionando reflejos o recuerdos
esporádicos de las experiencias ya vividas.
Saludable y optimista debe ser para que el amor sea la base fundamental
en este momento de cultura, tecnología, ciencia y de desamor. La
humanidad ha llegado a un punto en que la tecnología aliada a la ciencia
ha logrado casi todo, pero el amor es aún, todavía, una aventura. Nunca
hubo tanta gente en la Tierra, más de 7.000 millones de personas, con
tantos millones de personas, con tantos millones de soledad. El hombre
marcha a solas.
Es por ello, que si queremos purificar nuestra alma debemos cuidar de
nuestro vehículo físico para el aprendizaje en la “escuela terrestre”
con buenos pensamientos y acciones. En consecuencia, cambiar la
constitución de nuestro periespiritu, ya que como viajeros de la
eternidad hoy estamos construyendo nuestro mañana.
Juan Miguel Fernández Muñoz