El hombre actual
Buscando engañar la realidad mediante la propia fantasía, el hombre procura proyectar una imagen totalmente opuesta a su conciencia. Evita reflexionar de manera que los problemas que posee se liberen, y permanece continuamente negándose a su esclarecimiento ocultando así su individualidad.
El ego ejerce su predominio en su comportamiento y estereotipa las fantasías que proyecta en el espejo de la imaginación.
No está realizado porque, huyendo del enfrentamiento con su yo, se entretiene en aspiraciones y cuidados hacia cada novedad que se le depara por el camino. No dispone de decisión para desenmascarar su ego por temor a petrificarse de horror, no es capaz de observarse en el espejo de la realidad porque, obviamente, ese espejo representa la conciencia lúcida que descubre y separa objetivamente lo que es real de aquello que apenas parece.
Nos dice el espíritu de Juana de Ángelis que el hombre vive en el área de las percepciones concretas y, al mismo tiempo, en el de las abstractas.
La cultura del arte hace que él se comporte ya como observador, ya como observado que se observa, a fin de poder transformar los complejos o conflictos inconscientes en conocimientos que pueda manejar, dueño de su realidad y de sus actos.
Su meta es poder salir de la agitación en la cual pierde el control para observarse a la distancia, evitando así el sufrimiento mortificador. Para lograrlo, la reflexión constituye un instrumento admirable apoyándose en la cultura y en la realización artística, social, solidaria, que muestra los manantiales del sentimiento y de la conciencia humana.
Arrojado en un mundo exterior agresivo en el cual predomina la lucha por la supervivencia del cuerpo y por mantener el status, el hombre acumula contenidos psíquicos no descartables, ni digeribles, avanzando apresurado hacia el stress, las neurosis, la alienación.
Acumula cosas y valores que no puede usar y por temor a perderlas amplia el deseo de conquistar más, sin darse cuenta de la necesidad de vivir bien consigo mismo, con la familia y los amigos, participando de las maravillosas concesiones de la vida que están a su alcance.
El mensaje de Jesús en Mateo Cap.6 v. 34, es una advertencia oportuna para esa búsqueda agitada cuando recomienda que “no se ande, pues ansioso por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su cuidado; al día de hoy le bastan sus propios males”.
Actuar con sensatez y tranquilidad, confiar en los propios valores y en las posibilidades latentes son reglas que se van quedando olvidadas en perjuicio de la armonía personal de los individuos.
Los intereses competitivos puestos en juego, la aflicción por vencer a los otros o sobreponerse a las demás personas rompen las propuestas de la victoria del hombre sobre si mismo, de su realización exterior, de su armonía ante los problemas que enfrenta.
Las líneas del comportamiento alteradas, induciendo a lo exterior, deben ahora ser revisadas sugiriendo la conducta hacia el conocimiento de valores reales, el redescubrimiento del sentido ético de la existencia y la búsqueda de la inmortalidad.
Cuando el hombre moderno pase a considerar la propia inmortalidad teniendo en cuenta la experiencia fugaz del cuerpo orgánico, emprenderá el viaje de la plenitud de trabajar por los proyectos duraderos en detrimento de las ilusiones temporales, observando el futuro y viviéndolo desde ya, empeñado en el programa de su conscientización espiritual.
Se instaurará en él entonces el modelo de realización de un ser integral, desprovisto del miedo a la vida y a la muerte, a la sombra y a la luz, a lo transitorio y a lo aparente, y de la apariencia a lo real.
Juan Miguel Fernández Muñoz