La educación de los hijos por parte de los padres
Artículo redactado por Juan Miguel Fernández
Es verdaderamente necesaria y esencial la educación de los hijos en el hogar, así como su formación, ya que en su seno es donde se construye su futuro por encima de otras influencias. Los padres son los maestros naturales, ni la escuela, ni la universidad, ni ningún otro centro educativo puede sustituir la riqueza que proporciona la vida en familia. Es en el hogar donde los seres humanos pueden ser formados para la vida, para la convivencia, la responsabilidad, el respeto, la tolerancia, es decir para todas aquellas cuestiones que la propia vida nos va a deparar.
Lo primero que tienen que meterse los padres dentro de su cabeza es que los valores morales, éticos y religiosos con los que pretenden educar a sus hijos deben estar firmemente asumidos y tener la profunda convicción de que constituyen lo mejor para ellos, principios y valores que han de ser siempre defendidos y, por lo mismo, actuar en conformidad con ellos sin que haya nada más pernicioso que el “doble mensaje” de decir “debes hacer y pensar esto” mientras ellos hacen y piensan lo contrario o, como mucho, son indiferentes.
Porque ¡cuántos jóvenes aun no descubrieron el verdadero sentido de la vida! Viven y no saben por qué. Estamos en este mundo para amar y hacer el bien, el amor nos une unos a otros y todos unidos amaremos a Dios. El amor siempre trae unidad y conlleva a hacer obras de bien. Una vida sin amor es una vida vacía y sin sentido. La vida nos ha sido dada para crecer siempre más en el amor y para engrandecernos a través de la práctica del amor.
Saber escuchar en silencio es una virtud que los padres también deben tener. Antes de contradecir a nuestros hijos, debemos escuchar, analizar y tratar de comprender lo que ellos quieren decir. Y después hablar con amor. Cuando los padres se precipitan en responder o en contradecir al hijo, pueden cometer una injusticia o interpretar de modo incorrecto, y esto suscita la rebeldía del hijo. Es por ello que debemos procurar que el hijo hable y oiga pacientemente, y sólo después debemos hablar, analizar, meditar y dialogar con él, ya que una persona irritada no está en condiciones de oír y comprender.
En el hogar es también donde se aprenden los procesos esenciales para el desarrollo y el crecimiento como individuo, aportando a su carácter formación y educación para ser útiles. Es un fenómeno que ha existido siempre, siendo en tiempos pasados la única forma de instrucción intelectual.
También los padres necesitan, con más presencia en el hogar, conseguir un tiempo para adquirir responsabilidades como formadores para educar y preparar personalmente a sus hijos, entregarles herramientas e informaciones para que aprendan el arte de vivir, para que tengan una vida productiva, siendo responsables de su propia vida. Por tanto los padres también precisan involucrarse más en este proceso, para que los hijos puedan enfrentarse a las sorpresas de la vida: aciertos y equivocaciones, virtudes y defectos. Educar no es solo combatir el mal, señalar y censurar los errores; educar es sobre todo incentivar el bien, impartir buenas costumbres, valorizar las buenas obras y estimular.
A veces los padres no tienen más remedio que ausentarse de la casa por el tipo de trabajo que realizan, o por las necesidades económicas. Pero la mayor parte de las veces, debido a la vida moderna, ésta nos atrapa en una espiral de trabajo y compromisos. De forma que cuando nos damos cuenta, ni estamos al lado de nuestros hijos, ni disfrutamos de ellos. Los padres hoy siguen buscando lo mejor para sus hijos, se preocupan por su educación, pero muchos han equivocado sus prioridades, dejando que los hijos aparezcan en el quinto o sexto lugar. El niño no es más que un adulto que no se ha desarrollado todavía, pero que siente, padece, piensa como ellos y sus motivaciones son parecidas.
La necesidad de estar con los hijos, es mayor cuanto más pequeño es el niño. Los padres, como decíamos antes, son los verdaderos responsables de la educación de los hijos y ésta no puede ser delegada en los demás, por muy buenos y competentes que parezcan estos. Citamos seguidamente unos indicadores que nos sirven de aviso como padres, comenzando por desentendernos de nuestros hijos; no controlar sus tareas escolares, ignorar quiénes son realmente sus amigos, desconocer donde se encuentran en sus ratos libres, dejar un televisor en su habitación, etc. Si esto ocurre estamos perdiendo el hilo educativo.
A los niños de la sociedad moderna les sobran las computadoras pero les faltan las caricias de los padres. Ninguno de los padres ausentes logra transmitir la imagen positiva que esperan y necesitan los hijos. Estos hijos se van educando, inacabados, dolientes, resentidos, hambrientos de autoridad y sedientos de seguridad que el padre ha proporcionado siempre.
No estar con ellos significa delegar, por defecto, en la calle, en el ordenador, la videoconsola, en el móvil, o en la televisión, con toda la carga manipuladora y violenta que ésta última suele transmitir.
Debemos explicar y recodar también a nuestros hijos la importancia que tiene para la vida familiar la colaboración de todos y especialmente de ellos, destacando que las tareas que tengan que hacer, no es una especie de castigo.
Porque recordemos que la familia continúa estando a la cabeza de los valores considerados más importantes. Las tensiones y dificultades que se manifiestan entre padres e hijos, se traducen en confusión y desorientación, de hecho un alto porcentaje de padres con hijos adolescentes sienten que no educan bien o no saben hacerlo, reconociendo que no manejan bien los conflictos de convivencia, sintiéndose desbordados por las exigencias de sus hijos, apenas los entienden, dialogan escasamente con ellos y no saben qué postura adoptar ante sus demandas, su rendimiento escolar o sus problemas.
Los Espíritus, en el Capítulo XIV de “El Evangelio según el Espiritismo”, a través de las instrucciones de San Agustín, nos orientan sobre las relaciones de padres e hijos, debido a la Ley de causa y efecto que determina nuestras vidas, llevando la luz sobre uno de los problemas del corazón humano.
El egoísmo, como bien sabemos, es uno de los frutos más inmediatos de la ingratitud, pero la de los hijos con respecto a sus progenitores tiene todavía un carácter más aborrecible. Y recordemos que muchos se han ido del mundo llevándose además poderosos odios e insaciables deseos de venganza. Al regresar, haciendo un gran esfuerzo, reconocen los efectos negativos de las pasiones y adoptan soluciones reparadoras. Entonces, miran a aquellos a quienes detestaban en la Tierra, pero al verlos vuelven a despertar su aversión. Se sublevan ante la idea de perdonar y claudicar, negándose a amar a los que tal vez les hayan arrebatado su fortuna, su honra o destruido a su familia. Tras algunos años de meditaciones y plegarias, el Espíritu aprovecha un cuerpo que se está formando en la familia misma de aquel que detestaba y pide a los Espíritus encargados de transmitir las órdenes supremas que se le permita cumplir en la Tierra los destinos de ese organismo humano que está por formarse. ¿Cuál será, entonces, su conducta en esa familia? Dependerá de la mayor o menor persistencia de sus buenas resoluciones. Su contacto permanente con seres a quienes ha aborrecido es una prueba terrible bajo la cual sucumbe en ocasiones, si su voluntad no es lo bastante fuerte para resistirla. De esta manera, según predominen las buenas o malas decisiones, será amigo o enemigo de aquellos en medio de quienes ha sido llamado a vivir. Así es como se explican esos odios, esas instintivas repulsiones que observamos en ciertos niños y que ningún hecho anterior puede explicar.
Si, la educación es una larga y difícil tarea, y muchas veces desagradecida. Sabemos que la educación perfecta no existe, porque es obra de hombres y es obvio que no somos nunca perfectos. Por otra parte los conocimientos que nos proporcionan la Psicología y la Pedagogía hay que aplicarlos a cada hijo y ahí se mezclan con una gran cantidad de modalidades que condicionan su educación, propias de sus circunstancias personales. Estimular a nuestros hijos desde muy temprana edad les ayudará a desarrollar la confianza en sí mismos y la responsabilidad, enseñarles a colaborar y respetar a los demás y animarles a esforzarse y a ser perseverantes cuando se enfrenten a las tareas. El exceso de críticas y censuras los volverán inseguros, angustiados y alterados. Señalar con amor los errores, apreciar sus virtudes, incentiva el bien y valoriza sus buenas acciones.
A pesar de las dificultades señaladas, los padres están obligados a formarse y a conocer unos principios básicos educativos, porque es importante solucionar las situaciones que se crean con los hijos, recordando que los tres primeros años de la vida del niño, cuando aun no acude con regularidad a un centro educativo, son transcendentales para la formación de la futura personalidad, especialmente en el terreno afectivo, así como en los ámbitos intelectuales y sociales.
El padre y la madre, de mutuo acuerdo, habrán de ejercer de padres. Han de comprender ya el gran papel de la humanidad. También deben comprender que cuando forman un cuerpo humano, el alma que en él encarna viene del espacio para progresar, por lo que han de conocer los deberes que les corresponden y han de poner toda su amorosa dedicación para que esta alma se aproxime a Dios. Y ello supone negociar muchas cosas, especialmente las normas de convivencia, pero también decir “no”. Igual que ponemos términos para que un niño pequeño no se asome a una ventana en un piso alto, o juegue con su bicicleta por una autopista, habrá que marcar otros muchos límites que no pueden ser negociados, convirtiéndose en normas de obligado cumplimento: no agredir, no robar, no insultar, las horas de descanso necesarias para dormir, los programas de televisión que no debe ver, el tiempo destinado al estudio, etc. Pero no basta con poner las normas, es tan importante como establecerlas controlar su cumplimiento y es ahí donde fallan muchos padres, porque eso implica una larga y constante exigencia a los hijos y también a los padres. Los niños criados sin normas carecen de referentes para organizar su propia vida.
El desahogarse es una necesidad psicológica de toda persona. Nuestros hijos muchas veces están psicológicamente agobiados y sienten la necesidad de sincerarse. Precisan decir lo que sienten. Escuchar los padres con paciencia y benevolencia sus desafíos es necesario y recomendable, aunque hablen en forma agresiva e irritada. Debemos aprender a escucharles con atención el desahogo de ellos y evitaremos discusiones, desavenencias y contrariedades.
Educar desde los primeros años en la comodidad y la indolencia es un riesgo para convivir en un mundo competitivo. La ausencia de disciplina suele llevar al desastre. Cuando el niño no adquiere disciplina en la familia y en el colegio, después acaba imponiéndosela el mundo. Un problema solo se resuelve cuando se intenta afrontar, y con actitud positiva, se identifica cuidadosamente y se trabaja para resolverlo. No cabe decir que el hijo o la hija “es que es así”, “es que no puede”, “es que no es capaz”, todos ellos pueden cambiar a mejor y superar las dificultades. Para ello basta que los padres se lo hagan ver así y le ayuden a admitirlo y a convencerse de ello. Nuestros hijos son un tesoro que merece todo el amor, respeto y cariño; es un tesoro de la vida entregado en las manos de los padres.
Para que una familia funcione educativamente, es imprescindible que alguien en ella se resigne a ser adulto. Y nos tememos que este papel no puede decidirse por sorteo ni por una votación asamblearia. El padre que no quiere figurar sino como “el mejor amigo de sus hijos”, algo parecido a un arrugado compañero de juegos, sirve para poco; y la madre cuya única vanidad profesional es que la tomen por hermana ligeramente mayor que su hija, tampoco vale para mucho más.
Los cuidados y la educación que se les imparta ayudarán a su perfeccionamiento y a su futuro bienestar. Pensemos que a cada padre y madre Dios preguntará: ¿Qué habéis hecho del niño confiado a vuestra custodia? Si quedó retrasado por nuestra culpa, el castigo que suframos por ello consistirá en verlo entre los Espíritus sufrientes, mientras que de nosotros dependía que fuese feliz.
También los hijos de padres autoritarios se rebelan y viven la aventura de infringir las reglas hasta reorganizar sus propias normas. Acostumbrados a hacer su voluntad se sorprenden cuando alguien les plantea una exigencia, un esfuerzo o una obligación. Estos chicos terminan convirtiéndose en déspotas, primero con su familia, después en la escuela y, por último, en los grupos sociales donde pretenden incorporarse. Es por ello, que la flexibilidad, un valor muy importante para educar, no puede confundirse con la tolerancia generalizada o permisividad sistemática. Nos sigue recordando San Agustín, que desde la cuna el niño manifiesta los buenos o malos instintos que trae de su anterior existencia y hay que dedicarse a estudiar tales instintos, porque todos los males tienen su origen en el egoísmo y en orgullo. Es por ello que nos orienta a observar los signos menores que pongan de relieve el germen de esos vicios y dedicarnos a combatirlos sin aguardar a que hayan echado profundas raíces. Procedamos como el buen jardinero, que arranca los brotes malos a medida que va viéndolos despuntar en el árbol. Si dejamos que en nuestro hijo se desarrollen el egoísmo y el orgullo, no debemos extrañarnos de ser pagados más tarde con el desagradecimiento.
Los educadores nos orientan también con propuestas a los padres y madres, a modo de ejemplo, las tareas siguientes:
Tener un rato de tranquilidad al día para compartir con nuestros hijos, siendo discretos, guardando en lo profundo del corazón sus secretos. La confianza, una vez perdida, difícilmente se recupera.
Compartir con ellos momentos de comunicación y de ocio. La comunicación óptima emerge, muchas veces paralelamente a la realización de otra actividad y suele ser muy provechosa para ambos.
Dar prioridad a las vacaciones, las salidas o el descanso de la familia.
Hacer cosas juntos.
No elegir la TV en detrimento de otras actividades: charla en familia, jugar con los amigos, etc.
Si dedicamos el tiempo a estar con los hijos, utilizamos le metodología educadora del ejemplo, puesto que nos lo hemos ganado y ejerceremos la autoridad con ellos; madurándolo todo con el diálogo. Diálogo supone, espontaneidad en las relaciones padres e hijos, lo que implica a su vez una confianza mutua, ya que el camino hacia la comprensión, el entendimiento y la educación no puede ser otro. El diálogo educativo exige que nuestros hijos sepan siempre lo que pensamos y lo que nos parece óptimo en su comportamiento o en sus decisiones, desde un punto de vista ético. Los niños sometidos desde muy temprana edad a programas muy rígidos y pormenorizados acaban en muchas ocasiones mintiendo para quedar bien y tener algo de qué hablar, mientras que la espontaneidad nos lleva a unas relaciones fluidas.
La misión de los padres es orientar, esclarecer, amar, comprender, incentivar. Actuar así es darles la oportunidad a nuestros hijos para que se reafirmen en la vida. El amor que los hijos reciben de los padres y la confianza que éstos depositan en ellos es para los jóvenes un seguro amparo de vida.
La mejor escuela de la vida es el ejemplo de los padres. Los hijos precisan más los ejemplos que las enseñanzas. Los padres nos les pueden exigir virtudes y cualidades que ellos no tienen. Vigilando sus propias obras, los padres estarán construyendo la moral de sus hijos. Un joven comienza a desorientarse desde el momento en que pierde la confianza en sus padres. Mientras los hijos confíen en los padres, tendrán siempre una luz que les ilumine, una guía que les conduzca y una brújula que los oriente.