Educación de la mente
Artículo redactado por Juan Miguel Fernández Muñoz
Comenzando prácticamente el siglo XXI, nos encontramos inmersos en la era de la comunicación. La información nos llega por múltiples canales. Podemos establecer contacto en breves instantes con personas que se hallan en el otro extremo del mundo. Los conocimientos que antes se encontraban restringidos a círculos muy elitistas, hoy llegan difundidos a todo el mundo. Sin embargo, nos hacemos varias preguntas ¿es por ello más prometedor el futuro de la humanidad? ¿Todo lo que citan las destacadas empresas de comunicación es tan fantástico?
Sabemos que nuevas formas de comunicación han surgido en los últimos años: la telefonía móvil e internet, donde más de dos mil millones de personas lo practican actualmente, se han incorporado ya a las tradicionales como es la prensa escrita y la comunicación audio vidual (radio y televisión), etc. Este apogeo de las comunicaciones está contribuyendo a considerar la Tierra como una “aldea global”, en el sentido de que la información llega con más rapidez a todos los rincones del planeta, y también llega con una mayor amplitud de información.
Todo ello es muy positivo desde el punto de vista de que amplias regiones que hasta ahora estaban prácticamente aisladas, de las que apenas conocíamos nada, están saliendo de su reclusión y ello ayuda a que al estar a la vista de la opinión pública, el progreso de la civilización llega a ellas, instaurando formas y gobiernos más democráticos, más de corte occidental.
Los medios de comunicación, en sí, son neutros, es decir ni buenos ni malos, con, como su propio nombre indica un medio, vehículos para transmitir determinadas ideas o conceptos, y estas sí que pueden ser buenas o malas. En general, si estudiamos como actúan sobre la población, independientemente del mensaje que transmitan, apreciaremos que la oferta informativa es excesiva. Las mentes, en muy poco tiempo, son bombardeadas por la gran cantidad de información que nos llega a través de los diferentes canales.
En general, en la sociedad actual se buscan mucho las distracciones para no enfrentarse a uno mismo, para huir del vacío interior y de la ansiedad, que son producidos por la falta de estudio de sí mismo. Se busca distraer la mente en múltiples temas ajenos al propio espíritu, fomentando la divagación mental y esto lo único que produce es descentrar la mente y derrochar energía.
Hay muchas costumbres de la sociedad occidental que contribuyen a esta dispersión de energías mentales: el hecho de ojear un periódico, hacer zapping con la televisión, consultar el whatsapp, cambiar de emisoras de radio, etc., hacen que la mente revolotee sobre muchos temas y no se detenga en ninguno y menos que profundice en ellos.
Asimismo, se concede excesiva importancia a los conocimientos intelectuales, en detrimento de los valores morales. En los planes de estudio, se llena la mente de los niños y jóvenes con materias que la mayoría de las cuales no le serán de utilidad el día de mañana. En cambio, las materias del espíritu, los conocimientos de los valores morales, que ayudan al ser a su transformación moral y a convertir a los niños y niñas de hoy en hombres y mujeres de bien, para contribuir a una sociedad más justa, quedan relegados a un segundo plano.
La Ciencia Espírita nos enseña de forma clara e inteligible las materias útiles del espíritu, los conocimientos que no sólo se aprenden con la mente, sino en los cuales también interviene la razón. Los conocimientos que se aprenden sobre todo por la práctica y la experimentación personal. También nos demuestra el Espiritismo que el dominio de la mente es un factor clave para el progreso del espíritu, dominio que solo se consigue de forma muy gradual y a través de múltiples existencias.
La concentración mental es un aspecto que contribuye poderosamente a este dominio de la mente, así como vivir el momento. Debemos acostumbrar a la mente a estar centrada en la actividad que se está desarrollando en el momento presente, y no divagar en lo que se hará a continuación o al día siguiente. Procuremos tratar cada tema uno a uno, y no querer abarcarlos con la mente todos a la vez. Organizar el tiempo de manera que cada actividad se realice en el tiempo necesario, y no querer hacer más actividades de que se pueden hacer en un periodo de tiempo determinado.
La idea fundamental es ayudar a la mente a centrarse en un solo tema, a concentrar sus energías, a ejercitarla en la gimnasia de la organización. Si no educamos la mente en este sentido, ésta es como un caballo desbocado que salta de un tema a otro con la rapidez del relámpago.
El estudio de la Filosofía Espírita nos enseña a vivir la vida con mayor armonía, de forma que nuestro pensamiento guarde íntima relación con nuestro sentir, y a su vez nuestro hacer esté en consonancia con nuestro pensar.
Acostumbrémonos a considerar los acontecimientos de nuestra vida en su verdadero aspecto, o sea, pensar que son el medio por el cual llevamos a la práctica las enseñanzas que nos ofrece el Espiritismo. No existen actos insignificantes que desmerezcan nuestra atención como espíritus, ya que es a través de éstos, en el trabajo diario, como nos desarrollamos en el campo de las virtudes: la sencillez, la humildad, la tolerancia, la paciencia, el sosiego, la serenidad, y por tanto, el amor.