Biografía de Adolfo Bezerra de Menezes, el médico de los pobres
Artículo redactado por Juan Miguel Fernández Muñoz
Para comprender profundamente más su vida, coronada de sacrificio y amor a la humanidad, debemos comenzar por relatar las palabras de Ismael a Bezerra de Menezes en reunión celebrada en la Espiritualidad Mayor antes de su reencarnación, citado en la obra “Brasil, Corazón del Mundo, Patria del Evangelio”, cuyo autor es el espíritu de Humberto de Campos, psicografiada por Francisco Cándido Xavier: “Descenderás a las luchas terrestres con el objetivo de concentrar nuestras energías en el país del Cruceiro, dirigiéndose hacia el blanco sagrado de nuestros esfuerzos. Agruparás a todos los elementos dispersos, con las dedicaciones de tu espíritu, a fin de que podamos crear nuestro núcleo de actividades espirituales, dentro de los elevados propósitos de reforma y regeneración. No necesitamos encarecer a tus ojos la delicadeza de la misión; más, con la plena observación del código de Jesús y con nuestra asistencia espiritual, pulverizarás todos los obstáculos, a fuerza de perseverancia y de humildad, consolidando lo primordial de nuestra obra, que es de Jesús, en el seno de la patria de su Evangelio. Si la lucha va a ser grande, considera que no será menor la compensación del Señor, que es el camino, la verdad y la vida”
En la madrugada del 29 de agosto de 1831 se incorpora a la vida física el espíritu de Adolfo, en Riacho do Sangue, en el Estado do Ceará. Sus padres, católicos, Antonio Bezerra de Menezes y Fabiana de Jesús María Bezerra, gozan de una buena situación económica al poseer ganaderías, aunque pasados los años su fortuna se extinguió debido a la conducta del corazón bondadoso del “viejo coronel” al verificar que las deudas superaban sus beneficios. Llegaron a tal situación que apenas tenían para mantener a los dos hijos mayores que estudiaban leyes y al pequeño Adolfo, el menos favorecido, que estaba terminando su curso de preparatoria.
Contaba apenas siete años de edad cuando su madre lo llevó de la mano y lo matriculó en la escuela pública de la villa del Frade. Por cierto que a esta edad oyó decir que las almas de los muertos vienen constantemente a visitar a los vivos y esto causó una profunda impresión en el cerebro del pequeño, que pasó varias noches alarmado y asustado. En diez meses, desarrolló la lectura, la escritura y cálculos.
Después de emigrar forzosamente la familia, debido a la postura política de su padre, que provocó su persecución, fue matriculado en “Maioridade” a los doce años en el aula pública de latín de la Sierra de los Martins que era dirigida por padres jesuitas. Su natural inclinación para cualquier estudio hizo que él mucho adelantase, de tal forma que llegó a sustituir al profesor, dictando las lecciones a los compañeros y corrigiendo los errores cometidos.
En 1846 su padre, Don Antonio, volvió a retornar a la provincia de Ceará, ya que las persecuciones políticas habían finalizado y el pequeño Adolfo ingresa en el Liceo que era dirigido por su hermano mayor. Terminó su preparación en unos cuatro años y no sintiendo ninguna inclinación por estudiar derecho rogó a su padre estudiar medicina. Como en aquella época no había escuelas de medicina en el Norte, su padre decidió con veinte años enviarle a estudiar a Guanabara, después de recaudar el dinero preciso de amigos y familiares. Se inicia entonces en la vida del joven la fase de estudiante, cuyos años de 1851 a 1856 fueron coronados por éxitos para el futuro médico. Fueron cinco años de sacrificios y de renuncias en que la voluntad de vencer era la única bandera a cuya sombra el estudiante pobre se abrigaba. Se vio en la necesidad de enseñar desde el segundo curso con el fin de permanecer en la Facultad y como no poseía libros estudiaba en las bibliotecas públicas. Su carácter impresionaba a sus compañeros de tal manera que acudían a él como consejero y amigo. Sus palabras les llenaban de calma, y el respeto y la admiración fue poco a poco consolidándose. En aquella época Bezerra ya se preparaba para ser el guía futuro de sus coetáneos, el jefe espiritual de las multitudes que lo escucharían más tarde, cuando su palabra, proclamada por la doctrina y por la fe, tuviese una resonancia más admirable y penetrante. En ese tiempo, el ateísmo sobrevolaba por el mundo y las ideas heréticas, alteradas por las filosofías de todas las épocas, secaban el campo espiritual.
Hay varios hechos importantes en su vida relacionados con la gran angustia económica que padecía y recordamos uno en especial que revela como el mundo invisible estaba al lado del joven estudiante. Las cuotas de la Facultad estaban por pagarse y si Bezerra no las cancelase se arriesgaba a perder el año. Y no era solo eso, el propietario de la casa amenazaba con ponerlo en la calle. Desesperado –una de las pocas veces en que se desesperó en la vida- elevó los ojos hacia lo Alto y apeló a Dios. En esa ocasión golpearon la puerta. Era un joven de simpática fisonomía que venía a tomar unas clases de matemáticas. Bezerra rehusó al principio, confesando ser esta la materia que el más detestaba. El visitante insistió y por fin recordando la situación desesperante resolvió aceptar. El joven, bajo el pretexto de que se podía gastar la mensualidad recibida del padre, le pidió permiso para efectuar el pago por adelantado. Después de alguna insistencia, convencido Bezerra accedió, y acordando el día y la hora para el inicio de las clases, el visitante se despidió. Adolfo no cabía en sí de contento. En ese mismo día pagó el alquiler y las cuotas de exámenes en la Facultad. Recordó, sin embargo, el compromiso y como no tenía ningún libro sobre la materia, corrió a la biblioteca y durante horas profundizó con voracidad los variados temas para la próxima clase. Ésta no se realizó, ni esa ni otra cualquiera, por el simple motivo de que el discípulo no apareció nunca más. Pasaron varios días y la visita no se presentó. Esto le preocupó de tal manera que nunca dejó de referirse a este hecho como una de las primeras manifestaciones de auxilio que el mundo invisible puede ofrecer a cualquier Espíritu angustiado.
Al finalizar 1856 Bezerra de Menezes se gradúa en Doctor en Medicina. Contaba 25 años de edad. Su primera idea fue, lógicamente, instalar un consultorio. Al no poseer medios necesarios lo intenta con un colega del grupo, más favorecido por la fortuna, y se instalan en una sala en el centro comercial de la ciudad. Durante los primeros meses en que el consultorio permaneció abierto no fue casi nadie. No obstante en su casa, sus diagnósticos, ya en ese tiempo, denunciaban la notable intuición del médico en el arte de curar. Y de los componentes de la familia, pasó a los amigos que lo agasajaban con admiración. Y el nombre del joven médico entró a crear fama. El barrio se destacaba por las criaturas curadas por el «Señor Dr. Bezerra”. Se vio al poco tiempo rodeado de numerosos pacientes. Más los colegas de la época, con seguridad, no le envidiaban el éxito, ya que la inmensa clientela no pagada, casi todos eran gente pobre, absolutamente pobre y Bezerra nunca habló de dinero a ninguna persona. Es cuando el médico militar Dr. Manoel Feliciano Pereira de Carvalho, Jefe del cuerpo de salud del ejército, decidió llamarlo para incorporarse al Hospital Central. En un año pasó de conquistar su diploma a ser cirujano teniente del Ejército. Es verdad que las rentas se multiplicaron, pero él seguía empleándolas con sus pobres; remedios, comida, ropas, etc. etc. todo lo distribuía entre las manos que se le extendían en la solicitud de óbolo.
Viendo la proyección ascendente de su vida, el 8 de noviembre de 1858 se casó por amor con Doña María Cándida de Lacerda. Colabora con los principales periódicos de la ciudad, es escuchado en los medios militares, es conocido como el “médico de los pobres” por su dedicación filantrópica, y es entonces en 1860 cuando la política lo llama, la población de San Cristóbal, la ciudad donde vivía y ejercía, desea que él la representase en la Cámara Municipal, mientras que su esposa miraba con orgullo la invitación. Y Bezerra accedió a pesar de que, por principio, quiso evitar la política. Viéndose en un dilema debía renunciar al Ejército por la política y así lo hizo. Fue blanco de las peores acusaciones debido a su posición política y las injurias y apodos no le faltaban a pesar de triunfar en el parlamento, de ser un orador de extensos recursos que triunfaba en la vida pública.
En el otoño de 1863 la bondadosa esposa, después de una imprevisible y rápida enfermedad abandonó este mundo, dejando a Bezerra totalmente desconsolado con dos hijos: uno de tres y otro de un año de edad, creándole una gran crisis que fue superada por su temperamento. Buscando consuelo, Bezerra, se volcó en la religión y comenzó a leer la Biblia, meditando largamente sobre su contenido. En aquella época, en Brasil, especialmente en Rio de Janeiro, el ambiente era muy favorable a la homeopatía, donde pasado el tiempo apareció en la historia de El Espiritismo en Brasil, y los libros de Kardec empezaron a llegar creando controversias y polémicas apasionadas que se encendían cada vez más. Pero la muerte de Allan Kardec dejó al inmenso grupo de espiritistas sin su orientador. Elementos homeopáticos de los más brillantes entraron a colaborar con ardor en la siembra espírita, que una de las formas de hacer caridad fue el tratamiento gratuito a los pobres para la cura de sus enfermedades a través de la homeopatía. El Dr. Travassos, del Grupo Espírita Confucio, se apresuró a llevar un ejemplar de “El libro de los Espíritus” al conocido diputado Bezerra de Menezes. Lo encontró en la ciudad cuando se encaminaba para tomar el tranvía de retorno a su hogar. Después de instalarse en su asiento, abrió el volumen y corrió los ojos por algunas de sus páginas. “¡Ora Dios! ¡No iré con certeza para el infierno, solo por leer esto!… pronunció y se volcó vivamente en su lectura. A medida que avanzaba en el texto, una intensa perplejidad lo invadía. Leamos sus propias palabras: “Leía. Mas no encontraba nada que no fuese nuevo para mi Espíritu. ¡Entretanto todo aquello era nuevo para mí!…Yo ya había leído y oído todo lo que se hallaba en El Libro de los Espíritus… Me preocupé seriamente con este hecho maravilloso y a mí mismo decía: parece que yo era espírita inconsciente, o, como se dice vulgarmente, de nacimiento”. Tal hecho, como vemos, le impresionó vivamente. Más tarde, sin embargo, consiguió comprender la causa de ese fenómeno, en que él era ya un espírita inconsciente.
El 21 de enero de 1865 se casa en segundas nupcias con Doña Cándida Augusta de Lacerda Machado, hermana de su primera mujer y de quien tuvo siete hijos. En este caso fue la compañera que le acompañó hasta que él cerró sus ojos, siguiéndolo y amparándolo con un desvelo y cariño verdaderamente extraordinario.
Bezerra multiplicaba entonces su actividad, desdoblándose para atender tanto servicio. Su nombre fue aclamado en la Cámara donde fue elegido diputado general en 1867, manteniendo tremendas luchas, combatiendo, especialmente con el Ministro Zacarias. Eran tiempos tumultuosos en la política del país. A tal punto que la Cámara se disolvió. Al tiempo que Bezerra profundizaba en las enseñanzas de la Doctrina Espírita, más inconvenientes se presentaban políticamente a él. Mientras tanto, El Espiritismo seguía ganando adeptos, aunque surgieron dos partidos: el de los científicos y el de los místicos. En 1876 nace la primera sociedad kardecista de Rio de Janeiro.
Augusto Elías da Silva, funda “El Reformador” órgano eminentemente espírita, que recibe de la prensa diaria del país continuas críticas, insultos, etc. Es por ello que en el ansia incontenida de evitar tales ataques, acude a Bezerra de Menezes, cuya alma ya se encontraba impregnada de la sabiduría, y este aconseja al eminente periodista seguir la campaña apenas comenzada. Esto sucedía en 1883. Los Centros Espíritas trabajaban autónomamente. Cada uno de ellos ejercía su actividad en un determinado sector, casi sin conocimiento de las acciones de los demás centros. Urgía un sistema de disciplina y orden, y nació la idea de la unificación, instaurándose la “Federación Espírita Brasileña”, siendo su papel el de federar a todos los grupos. Sus fundadores fueron las figuras más relevantes de la doctrina, y que al tiempo lo eran de la sociedad y de la política. Pero Bezerra no estaba dispuesto a presidir la Federación. Solo al cabo de unos años, el 16 de agosto de 1886, en un auditorio de cerca de dos mil personas, sus palabras resonaron para proclamar a los cuatro vientos su adhesión al Espiritismo, lo que provocó a la sociedad brasileña un extraordinario estremecimiento.
Muchos amigos y colegas le hablaban frecuentemente de la mediumnidad de un conocido homeópata espírita llamado Joao Goncalves do Nascimento. Sus diagnósticos convencían a los incrédulos conquistándolos, y Bezerra lo puso a prueba con su propia salud, la dispepsia que padecía. Le bastó. Y después solicitó, también, la asistencia de los Espíritus para los obsesados, ya que la locura fue una de las especialidades patológicas a las que dedicó sus estudios y su dedicación. Fue cuando absorbió por su dulzura los textos de El Evangelio, la imagen espiritual del Maestro Jesús y se alistó, sin vacilaciones, en la vanguardia de los luchadores kardecistas. Durante cinco años las columnas de El País, el periódico que quedó marcado como la época de oro en la propaganda de El Espiritismo en Brasil, sirvió para que todos los domingos transmitiese todo su saber a la gente humilde con las palabras que llegaban al sentimiento. Después de cinco años de lucha periodística Bezerra se encuentra en un profundo abatimiento, al que se incorpora la pérdida de dos hijos suyos que habían fallecido en 1888. No obstante, herido y triste reacciona y recrudeció la campaña a la que se había dedicado, publicando un romance “La casa Embrujada”.
Son tiempos en que los grupos espiritistas de Brasil caminan desunidos intentando cada uno de ellos imponer las esencias de sus corrientes: la de los místicos y la de los científicos. A tal punto que el espíritu de Allan Kardec se comunica en el mes de enero de 1889 en la “Fraternidad”, repitiendo al mes siguiendo sus instrucciones. Y animado por esta circunstancia Bezerra, ya presidente de la Federación Espírita Brasileña, se dedica a la unificación de la familia espírita. Sus guías espirituales no le abandonaban, al contrario se comunicaban siempre con él. Trabaja incansablemente orientando y esclareciendo a la gente sobre el verdadero sentido del Espiritismo. Conciliaba místicos y científicos, kardecistas y no kardecistas y todos los sectores de las demás creencias, y además de esas actividades frecuentaba asiduamente los notables “trabajos de desobsesión· del Grupo de Luz y Caridad, y a la luz del farol del comedor, en su casa, curvado sobre tiras de papel, traducía las Obras Póstumas de Kardec. Corría así el año 1889 y en diciembre finalmente comenzó a sentir cansancio. Su organismo exigía reposo y dimitió de la presidencia de la Federación. Lo animaba una secreta intención: fundar una escuela de médiums. Kardec en su comunicación había destacado “Para la propaganda, precisamos de elementos constitutivos de ella”. Y firme como siempre, fundó la “escuela de médiums” en “El Centro”. Y ahí su desilusión fue tremenda, ya que vio finalizar el año 1890 aislado, sus compañeros evitaban por todos los medios concurrir. Paralelamente la asistencia de la caridad a los necesitados trajo a la Federación gran cantidad de asistentes que habían ido desmarcándose de otros grupos espíritas. Mientras tanto Bezerra seguía solo en su “Centro” y la situación material se volvió insostenible. Hasta el punto en que solicitó a la vieja sociedad Fraternidad un lugar para poder trabajar y allí quedó instalado.
El año 1890 no finalizó satisfactoriamente para los medios espíritas en Brasil. El Gobierno republicano sancionó el nuevo Código Penal y eso llenó de temores a las clases espíritas. Todos comenzaron a recelar las interpretaciones y fue la Federación quien encabezó un movimiento dirigiendo una carta al Ministerio de Justicia, haciéndoles sentir el espíritu de agresión y de parcialidad contenido en el Código Penal. De esta manera las demás asociaciones formaron a su lado, trayendo así la solidaridad. Lo que allí se condenaba, hasta la persecución, no era el Espiritismo sano, moral, religioso y educativo. Era lo que hasta hoy conocemos bajo la designación de “bajo espiritismo”. El nuevo Código buscaba destapar esas prácticas indeseables. Y la justicia persiguió a los fanáticos. Pero con ese temor fueron muchísimas las sedes espíritas que cerraron. Inclusive el Reformador se vio obligado a suspender la publicación. De 1891 a 1895 fue una época oscura para la historia del Espiritismo en Brasil. A pesar de ello Bezerra, que no podía comprender Espiritismo sin fe religiosa, proseguía en la campaña sorda en pro de sus ideales. Herido duramente por la cruel pérdida de tres hijos en dos años, no dejó de batallar y salía regularmente firme para el “Centro Ismael” su última guarida. Era el único batallador. Todos los domingos “El País” publicaba un artículo suyo, bajo el seudónimo de Max. En 1893 la situación personal se agravó aún más, sus condiciones financieras descendieron a un nivel casi miserable. Pero a pesar de ello no se desanimó, de sus propias pruebas sacaba fuerzas para enfrentarse a la lucha. En los últimos meses de aquel terrible 1893, la Revolución de la Armada convulsionó la capital del país. El tronar de los cañones llenaba de pánico a la población. No había ninguna sociedad funcionando, todas habían cerrado sus puertas. Finalmente, en el día de Navidad, decidió cerrar esa brillante serie de publicaciones en “El País” trazando un homenaje enternecedor a Jesús, mientras caminaba solitario en aquella noche silenciosa por las calles de su ciudad camino de su casa. 1894 fue un año mejor, ya que se restauró la Federación, y enseguida volvió a circular “El Reformador”. Bezerra de Menezes seguía orientando a aquellos que trabajaban en silencio. No obstante en la Federación la situación era tensa y enfrentada entre las diferentes tendencias, y tras variadas reuniones decidieron recurrir nuevamente al “Médico de los pobres”. Fue una noche fría de julio que el grupo, constituido por los miembros de la dirección, golpeó la puerta de su casa. Puesto al corriente de lo que sucedía y consciente de la decisión que llevó a sus compañeros a su presencia, Bezerra movió su cabeza desalentado, procurando evitar el pedido. No, no podía acceder a él, se sentía cansado, agotado de luchar contra la vida y contra los hombres, su salud no le permitiría la energía necesaria para cargar con esa responsabilidad. No se sentía con fuerzas para intentar organizar a tanta gente irreconciliables. Y pidió un plazo de algunos días a fin de que pudiese oír primeramente lo que le iría a aconsejar su guía espiritual, el espíritu Agostinho. Al siguiente día Bezerra se dirigió a la sede del Grupo Ismael para la sesión de costumbre de los viernes. Allí sumergiendo la cabeza entre sus manos meditó y en el silencio de la sala, ante la extrañeza de los compañeros, Bezerra elevó la cabeza, mientras de sus ojos partían abundantes lágrimas que le rociaban la nieve de su espesa barba. Y Bezerra denunció lo último que ocurría en el seno de la familia espírita. Las disensiones de los grupos, los trabajos de la Asistencia y las diferentes divergencias en el seno de la Federación. Algunos momentos después el propio Espíritu Agostinho vino a dirigirle palabras de consuelo, aconsejándole a luchar aun más, pues era un Espíritu elegido. Y resignado, anunció en aquella noche que aceptaba el cargo de presidente de la Federación Espírita Brasileña. Contaba con sesenta y cuatro años de edad. Poco tiempo después abandonó la política lleno de tedio y repugnancia. Estaba viejo y pobre. Y se dedicó exclusivamente a ser médico homeópata, agigantándose su figura. Fue en la época de 1895 a 1900 que selló su nombre como el de un verdadero “Médico de los pobres”. El dinero que ganaba era repartido a los demás, su espíritu pensaba siempre en ellos. Innumerables casos podríamos citar como prueba de sus acciones benéficas, de su corazón bondadoso. No se juzgaba superior a nadie, pero en su corazón, pleno de serena magnitud, vibraban los sabios conceptos de Jesús. Y cuando los últimos reflejos de su vida lo retuvieron, semimuerto, durante meses sobre un lecho humilde, sin poder emitir una sola palabra debido a la parálisis que dominaba su lengua, viviendo el drama terrible de la agonía, fue aún la bondad de los amigos y de la gente más próxima que lo premiaron con sus gestos emocionantes de profundo reconocimiento. En un día espléndido y con un sol radiante, falleció a las once y media del día 11 de abril de 1900.
El Espíritu altamente iluminado del gran médico continúa, hasta hoy, dispensando su amparo caritativo a todos aquellos que le demandan en busca de bálsamo para el cuerpo o de paz para el espíritu.